23 ago 2012

LAS OBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES


I.- LAS OBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES

“Y dondequiera que entraba, en aldeas o en granjas o en ciudades, ponían los enfermos en las calles, y le rogaban que permitiese tocar siquiera la orla de su vestido: y cuantos le tocaban, quedaban sanos.” (Mc., VI, 56.)
          
La bondad del Corazón de Cristo se refleja de una manera admirable y hermosa en esta escena del Evangelio. Para facilitar la curación de los enfermos que acudían a Él, Jesús dio a sus vestidos la virtud de curar. Este hecho encierra una lección hermosa para tu vida.

1. Jesús “pasó por el mundo haciendo bien”, como dice el Apóstol San Pedro. A su paso se hace la luz en la inteligencia de los hombres, florece la esperanza y el consuelo en los corazones que sufren, vuelve la salud a los cuerpos enfermos, recobran la vida las almas muertas por el pecado. Sus labios se abren constantemente para instruir, para consolar. Sus manos se levantan siempre para bendecir; se alargan para curar. Su corazón se abre constantemente para perdonar. Toda su vida y todos sus actos van dirigidos al bien de los demás.
Y Jesús da sin exigir nada, sin esperar incluso a que se lo pidan. Basta que se acerquen a Él y que toquen la orla de su vestido para que recobren la salud perdida.

La escena que nos presenta el Evangelista está llena de una muy dulce poesía. Las calles por donde pasa Jesús están repletas de enfermos: Su bondad alienta su confianza. Acuden a Él con absoluta seguridad. Y su confianza no resulta fallida. El Evangelio nos dice taxativamente que todos quedaban curados.
No se fija Jesús en sus cualidades naturales, en su posición social, en la sinceridad de su fe, en su vida pasada. Allí los habría seguramente de todas las clases sociales, de todas las condiciones morales: pobres y ricos, justos y pecadores. Todos acuden a Jesús. El deseo de recobrar la salud y de conservar la vida, que es un deseo instintivo de todo corazón humano, es el que guía a aquellos enfermos.
Muchos se olvidarán de Jesús después de haber recibido aquel beneficio. La mayor parte de ellos no le agradecerán la curación que de sus manos reciben. Cuando Jesús será perseguido y crucificado ni una sola voz de aquellos que fueron curados, se levantará en su favor. Quizá muchos de ellos formarán parte de la multitud que pide crucifixión. No importa. Jesús no hace el bien para que se lo agradezcan. Jesús ama a los pobres y a los enfermos y porque les ama se compadece de sus dolores y de su enfermedad. Y, movido por su compasión y por su amor, va repartiendo beneficios a manos llenas aunque sepa ciertamente que no se los han de agradecer. Y los reparte con una prodigalidad realmente admirable; aun sin que lleguen a pedírselos.
Y no olvides que se trata de beneficios de orden material. Beneficios que, al parecer, escapan a la finalidad que Jesús se había propuesto al encarnarse. Jesús no solamente reparte bienes espirituales. No solamente perdona los pecados y guía a las almas por el camino del cielo. Jesús procede con la misma generosidad cuando se trata de conceder bienes materiales. Los reparte con profusión. Los reparte, sin esperar recompensa.
Hermoso es el ejemplo de Cristo. Lección sublime la que nos da en esta escena para orientación de nuestra vida. Medítala seriamente, joven.

2. La caridad nos obliga a practicar las obras de misericordia con nuestro prójimo. Es una obligación grave a la que no se puede faltar sin pecado.
Y entre las obras de misericordia, las hay también de carácter material: “Dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar a los enfermos…” La caridad cristiana, que es la virtud fundamental de nuestra religión, nos obliga, por lo tanto, a practicar estas obras de misericordia corporales. La conducta de Jesús en esta escena nos da una norma clara para practicarlas según su voluntad.

La conducta de los fariseos nos parece absurda y ridícula. Ellos, cuando hacen sus limosnas, las hacían con ostentación. Querían llamar la atención de la gente…
Prácticamente hay demasiados cristianos que imitan a los fariseos. Dan con generosidad cuando se ha de publicar su donativo. Gustan que sean conocidas sus generosidades. Se sienten satisfechos cuando ven que les rodea un ambiente de admiración… “Éstos ya han recibido su recompensa”, según la frase terrible de Cristo. No obran por motivos de caridad. No aman a los pobres a quienes socorren. No sienten compasión por las necesidades del prójimo. Sus donativos y sus limosnas no son una obra de misericordia y de caridad, aunque lo parezcan. El Señor no tiene por qué agradecérselo.
Aun sin llegar a este extremo ridículo, hay muchos cristianos que no siguen tampoco el ejemplo del Maestro. Aman a los pobres. Sienten compasión por sus necesidades. Procuran remediarlas. Practican con espíritu de caridad las obras de misericordia corporales. Pero tienen un corazón mezquino. No acaban de entender la generosidad y la bondad del Maestro. No publican sus limosnas, pero quieren que sepan los pobres que vienen de sus manos. Les agrada verse asediados por los pobres. Les dan a conocer el favor que les hacen cuando les socorren; el sacrificio que se imponen cuando les visitan. En éstos hay espíritu de caridad. Pero la vanidad se mezcla en sus obras.

No procedió así Jesús en la escena que meditamos. Reparte beneficios a manos llenas sin dar importancia a su generosidad. Sin que casi se den cuenta los enfermos que reciben la salud de sus manos. Tocan su vestido y quedan curados. Jesús no se para a encarecer el bien que les concede. Jesús cumple maravillosamente la consigna que Él mismo nos diera: “que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”.
Hay también muchos cristianos que han aprendido la lección del Maestro. Dan con generosidad y esplendidez ignorándolo los mismos que reciben sus limosnas. Socorren a los pobres por medio del Párroco, entregando sus limosnas al Secretariado de caridad. Ellos quedan en el anónimo. Visitan a los enfermos en nombre de la Parroquia o de las Conferencias de San Vicente de Paúl. Su propia personalidad desaparece por completo. Estos han aprendido perfectamente la lección del Maestro.
Reflexiona, joven, y compara tu conducta con la conducta de Jesús. No basta que cumplas la obligación sacratísima que la caridad te impone. No basta que practiques las obras de misericordia corporales. Has de practicarlas según la voluntad de Jesús. Imitando su ejemplo. “Sin que se entere tu mano izquierda de lo que hace tu derecha”. Entonces tendrás recompensa grande en el cielo. Jesús te lo pagará como si se lo hubieses hecho a Él mismo.

3. Hay algunos que se quejan de la ingratitud de los pobres. Alegan esa ingratitud para acortar sus limosnas. Los pobres son desagradecidos, dicen. No merecen que se les socorra. Y con esta razón pretenden justificar su tacañería.
Esta afirmación no es exacta. La gratitud florece en todos los corazones bien nacidos. Y entre los pobres hay muchos corazones rectos y honrados. Hay pobres que saben agradecer muy de corazón. Que saben sacrificarse por sus bienhechores. Que piden todos los días por ellos. Cuando muere una persona verdaderamente caritativa le acompañan las oraciones y las lágrimas de muchos pobres. Se ha exagerado mucho a este respecto.
Pero aun suponiendo que fuese verdad lo que éstos afirman, esa falta de gratitud no justificaría nuestra tacañería. Nosotros tenemos la obligación de practicar las obras de misericordia corporales por imperativo de nuestra condición de cristianos. Cuando damos una limosna no hacemos una obra de supererogación; cumplimos un deber. No hacemos un favor al pobre a quien socorremos; cumplimos una obligación. Los favores se agradecen. Lo que se hace por pura liberalidad merece la gratitud. Pero lo que se hace por obligación no merece un agradecimiento especial. No tenemos motivo para quejarnos aunque los pobres sean desgraciados.

Jesús, además, nos manda que hagamos las obras de misericordia corporales con espíritu sobrenatural. No hemos de hacer limosna para captarnos la simpatía o gratitud de los pobres. No hemos de visitar enfermos para que nos lo paguen con su cariño. No pretendemos agradar a los hombres, sino a Dios; no hemos de esperar la recompensa de los hombres, sino de Dios.
Nosotros, propiamente, no socorremos a un hombre cuando damos limosna; socorremos al mismo Jesucristo. No visitamos a un hombre cuando acudimos a la cabecera de un enfermo, movidos por la caridad; visitamos al mismo Jesucristo. Él lo afirma taxativamente: “Tuve hambre y me disteis de comer… estuve enfermo y me visitasteis… porque cuando lo hacíais con uno de esos pequeñuelos conmigo lo hacíais”. Es Jesucristo el que nos ha de recompensar estas obras.
Por eso las almas santas se alegran cuando les punza la espina de la ingratitud. Saben que entonces recibirán del Señor una recompensa abundante.
Reflexiona, joven, sobre la conducta del Maestro. La conducta del Maestro debe ser orientación y enseñanza para tus obras. Si practicas las obras de misericordia corporales con ese espíritu, merecerás la recompensa del Señor.

3 comentarios:

  1. Gracias por la entrada. Este tipo de lecturas son las que necesitamos, y no tanta pérdida de tiempo en cosas sin ningún valor.

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