“Me
buscáis, no por los milagros que visteis, mas porque comisteis del pan y os
saciasteis.” (Ioh., VI, 26.)
Jesús conoce perfectamente la psicología
popular. No se deja engañar por el entusiasmo de la multitud que le busca
afanosa después de la multiplicación de los panes. Con estas palabras te señala
una orientación y un criterio que has de tener presente en tu apostolado.
1. Las multitudes razonan poco; son menores
de edad. Como los niños, se dejan guiar fácilmente por las impresiones del
momento. Son propicias, por ello, a reacciones pasionales. Cuando se enardecen;
sobretodo cuando se sienten amadas, son capaces de los mayores extremos; se
entregan totalmente.
La multitud que ha presenciado la
multiplicación de los panes y ha sido beneficiada con aquel milagro, está
entusiasmada. Busca a Jesús por el desierto. Y al no encontrarle, atraviesa el
mar de Tiberíades para ir en su busca. No descansa hasta que logra dar con él.
Este hecho se puede repetir fácilmente. No es
difícil entusiasmar a un pueblo. Es relativamente fácil hacer un acto solemne,
conseguir una manifestación nutrida y entusiasta con motivo de algún hecho
religioso, incluido en pueblos fríos y apartados de Dios. Es cuestión de un
poco de habilidad y de un poco de cariño.
Y estas manifestaciones públicas tienen su
importancia. Estos actos espectaculares en los que se congrega todo un pueblo
tienen, sin duda, su eficacia social. Pueden servir para romper el hielo en un
ambiente frío y son un acicate y un impulso para los débiles, para los
apocados, para los remisos. Por eso en tu apostolado conviene que tengas en
cuenta esta realidad.
Algunos las juzgan inútiles. Fijándose en la
poca consistencia que suelen tener ordinariamente, creen que es tiempo
completamente perdido el que se emplea en provocarlas. Y esta apreciación no es
exacta. Una misión bien organizada, puede hacer vibrar a un pueblo. Una
asamblea solemne, bien concebida, puede enardecer a los jóvenes. Una campaña de
caridad bien realizada, puede ganarnos la simpatía de muchos.
Sería, ciertamente, una ilusión y una
ingenuidad pueril creer que el pueblo ha cambiado radicalmente como
consecuencia de estos actos. Sería absurdo cejar después en nuestra labor por
creer que ya está todo hecho. Estas manifestaciones no sirven más que para
remover la tierra. Y si el labrador necesita remover la tierra antes de
sembrar, no conseguiría ningún fruto si descuidase después el trabajo de
siembra y de cultivo. La reacción que produce una misión, una asamblea, una
campaña es, ordinariamente, muy superficial. Ni se cambian con ello las ideas,
ni se modifican permanentemente las costumbres. Los que tenían antes una fe
tibia y vacilante, continuarán con sus defectos después de la misión. Los que
no habían entendido antes la sublimidad del apostolado, continuarán con sus
vacilaciones y con sus inconstancias después de la Asamblea. Sería tonto darles
a estos actos más importancia de la que tienen, o suponerles una mayor eficacia
de la que realmente consiguen. Pero sería también injusto desconocer su
importancia y su influencia social.
En la vida de Jesús encontramos algunos actos
de esta clase. Él, no solamente no los evita, sino que los provoca con su
conducta y con sus milagros. También para bien de las almas. Si sabes darles la
importancia relativa que tienen, pueden ser un medio excelente para la eficacia
de tu apostolado.
2. Jesús conoce perfectamente la psicología
popular. No se deja engañar por el entusiasmo de aquella multitud que le busca
por todas partes. Se trata de una reacción pasional, egoísta. Aquel entusiasmo
no supone adhesión interna a su doctrina. No supone fe viva en su condición de
Hijo de Dios. Jesús, para nuestra enseñanza, hace resaltar ese detalle: “Me
buscáis –les dice– porque comisteis del pan y os saciasteis.”
Los hombres somos por naturaleza un poquitín
tontos y ridículos. Creemos fácilmente todo lo que nos halaga. Damos por bueno
todo lo que fomenta nuestra vanidad. Cuando, como fruto de nuestra actuación o
de nuestro apostolado, se ha producido una reacción en un pueblo o en un
ambiente determinado, nos dejamos mecer por la ilusión de que hemos hecho una
gran obra. Hablamos de aquella reacción de la gente como algo extraordinario y
definitivo. Queremos convencernos de que es verdad todo lo que aparece.
Queremos creer que, por la gracia de Dios, hemos hecho una obra definitiva y
completa. Y esto es una ilusión; una ingenuidad pueril.
Jesús llama nuestra atención con estas
palabras que meditamos. Él no se fía de aquel entusiasmo porque conoce
perfectamente la causa que lo inspira. Nos enseña a nosotros a no fiarnos de
esas apariencias que son debidas, casi siempre, a una causa parecida.
Es tonto pensar que en una misión pueda
cambiarse completamente una mentalidad. Es tonto pensar que en una misión se
pueda combatir eficazmente un hábito inveterado. Es verdad que Dios puede hacer
milagros. Es cierto que la gracia y el poder de Dios no están ligados a nuestra
lógica o a los medios humanos. Instantáneamente puede convertir a un Saulo en
un San Pablo. Pero, ordinariamente, las conversiones siguen un camino más
lento. En una misión o en unos ejercicios pueden ponerse los cimientos de una
conversión; puede conseguirse un propósito firme de cambiar de vida. Pero la
conversión no está acabada. Aquel propósito no tiene garantías de perpetuidad.
Y aun se trata de casos particulares. La gran masa del pueblo continuará
después de la misión igual que antes. Aquella reacción pasional, si no se
cultiva después adecuadamente, desaparece pronto.
Esta lección es importante para tu
apostolado, joven. Si la olvidas tendrás muchos desengaños y perderás muchas
energías y mucho tiempo en balde. Y como tu carácter juvenil y la vanidad que
anida en tu corazón te impulsan a creer demasiado en esas manifestaciones
espectaculares, conviene que reflexiones seriamente sobre estas palabras del
Maestro, para que no te dejes engañar por ellas. Tus ilusiones se romperían con
estrépito al contacto con la realidad, con grande mengua para tu apostolado.
Repasa, pues, tus criterios. Examina tu
conducta a la luz de estas palabras de Cristo. Aprende, joven, la lección del
Maestro.
3. Las multitudes razonan poco; son menores
de edad. Como los niños, se dejan guiar fácilmente por las impresiones del
momento. Por eso son inconstantes. Son inconstantes en sus amores, en sus
odios, en sus entusiasmos. Hoy queman lo que ayer adoraron. Mañana hundirán al
que hoy ensalzan. Así lo hicieron con Jesucristo. Los mismos que hoy le buscan
con afán pedirán después su muerte. La razón es sencilla. Esos movimientos no
obedecen a convicciones hondas; son fruto de la pasión. Y la pasión es
inconstante por naturaleza.
El apostolado, para que sea fecundo, ha de ir
encaminado a crear convicciones hondas y profundas. Y como esto no puede
conseguirse ordinariamente con las multitudes, nuestro apostolado ha de ser
principalmente individual. Las inteligencias se forman, una a una. Los
corazones se ganan por completo, uno a uno. Como lo hiciera Jesús con sus Apóstoles
a los que preparaba para que fuesen continuadores de su misión.
Esta labor individual es mucho más lenta.
Mucho menos brillante. Pero es la única eficaz. Aquellos cuya conversión sea
debida, no a un momento de entusiasmo, sino a una labor lenta de formación y de
convencimiento, perseverarán con facilidad aunque tengan alguna defección,
propia al fin y al cabo, de nuestra naturaleza débil e inconstante. Los
habremos ganado para siempre. Aunque se aparten alguna vez del camino de la
honradez y de la virtud, volverán con facilidad a él.
Este criterio es muy importante para tu
apostolado, joven. Es el único criterio recto y seguro que te ha de orientar.
Tu naturaleza, impetuosa y ardiente, lo encontrará quizá equivocado, o al menos
difícil. Pero si quieres hacer algo positivo en tu apostolado, debes sujetarte
a él.
Reflexiona, joven, y medita atentamente las
palabras del Maestro. Ellas te harán comprender estas verdades que vienes
meditando. Ellas te harán frenar esos impulsos de cosas grandes y aparatosas que
sientes en tu pecho. Si comprendes esta verdad y sabes aplicarla a tu
apostolado, imitarás al Maestro. Tu apostolado será fecundo.
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